Recuerdo una de las etapas más difíciles de todo el
tratamiento, quizás fuese difícil para mí y no lo es para otras personas.
Había terminado la primera sesión de quimioterapia, estaba
feliz porque por fin podía marcharme a casa después de 3 semanas ingresada en
el hospital. Creo que mientras hacía el equipaje de mis cosas no daba crédito.
Me sentía mejor, el dolor del cuello había disminuido gracias a los
medicamentos y a la quimioterapia. ¿Podía ir algo peor? Esa semana era la
semana del 20 de junio, me acuerdo como si fuese ayer. Estaba tan ilusionada
porque mis amigos me habían invitado a celebrar San Juan al lado de la playa,
una noche mágica suele ser, eso dicen, sin duda para mí lo fue. No sabía si
volvería a tener una noche de San Juan. Hice mi equipaje y allá nos fuimos,
creo que ese día me olvidé de mis problemas, me olvidé por todo lo que estaba
comenzando a pasar en mi vida y me centré en disfrutar, me sentí una más con
mis amigos. La pesadilla vino a la mañana siguiente. Recuerdo que estaba en la
ducha cuando de repente vi cómo se caía mi pelo mechón a mechón, “Esto no puede
ser verdad” pensé. Y lo era, vaya si lo era, todo mi pelo se encontraba en el
baño tirado por el suelo. Me eché a llorar, creo que me eché a llorar no simplemente
por el pelo sino porque cada vez la pesadilla se hacía más real, ya no era
simplemente una imagen en mi cabeza. La decisión que tomé fue raparme por
completo y eliminar de una vez esa pesadilla, me compré una peluca para que
nadie me viese sin pelo. Pasé muchos meses sin poder verme en el espejo, creo
que no conseguía la fuerza necesaria para verme y decir “Diana, se está
acabando todo” Creo que no me permitía a mí misma verme reflejada en el espejo
y ver como moría día a día.
Hasta que un día llegó ese coraje, esa fuerza de enfrentarme
no al mundo, si no a mí, a mi realidad. Recuerdo que me quede horas mirándome intentando
comprender que esa chica sin pelo, esa chica que gritaba con los ojos “No puedo
más” era yo. Todos los que pasamos por ese momento, es uno de los más
impactantes. Porque los médicos pueden decirte que las cosas no van bien, tus
amigos y familia pueden decirte que te ves preciosa sin pelo, que no importa
eso. Pero la realidad es que cuando ves que esa persona reflejada, no te gusta
lo que ves, ves como su vida se está consumiendo y que estas muriendo.
A día de hoy puedo decir, que no hay día en que no me
levante y me mire al espejo con orgullo. Creo que todos deberíamos de hacerlo
al menos una vez al día. Mirarnos y estar orgullosos de cómo somos, amar cada una
de nuestras imperfecciones ¿Que no tenemos pelo? ¿Qué estamos no tenemos la
figura que queremos? Créeme, el físico es lo de menos. Sino te amas tu primero,
sino te aceptas como estás, como eres, nadie lo hará por ti. Con el paso de los
años he comprendido eso, no importa lo que se refleje en el espejo, lo que
importa es lo que se refleja en tu alma. Así que ámate, ama tu alma y sobre
todo acéptate. Es el primer paso que puedes hacer para ser feliz.